La sangre corre por mi mejilla
bañándola de un rojo carmesí brillante. Lo que queda de mi
magullado cuerpo se encuentra encogido, tirando en el suelo como un
miserable trozo de papal usado. Una fina lluvia hace que mi cuerpo se
altere y me obligo a levantarme trastabillando. Él aun está
delante mio con los dientes apretados y los puños cerrados echo pura
rabia. “¿Aun no te cansaste?” dijo mientras lanzó un derechazo
a mi cara repartiendo la sangre por ella- Tropecé casi cayendo, pero
él cogió mi larga melena entre sus manos obligándome a mantenerme
firme, a mirarle a esos ojos de bestia que tenía “¿Te crees que
unos golpes me harán obedecer?” dije para acabar escupiéndole
sangre en los zapatos aunque en realidad quería escupirte en la
cara. Una sonrisa sádica se dibujó en el rostro contrario. Me pegó
contra él, obligándome a besarle y cuanto más forcejeaba
intentando alejarme, más fuerza ponía él en ese beso. Apretaba,
apretó hasta morderme con tal fuerza que hizo que mi labio sangrara.
Cuando al fin me liberó del beso, mientras empezaba a relamerse mi
sangre de sus labios, se acerco poco a poco a mi oído y me susurro
“Eres mi mujer, me obedecerás de una forma u otra”